Casi todos los años por estas fechas pasa lo mismo. Un supermercado promociona el precio de la sandía a la baja y el resto de competidores hacen lo mismo provocando un efecto en cadena que limita el precio de esta fruta hasta en un 50 por ciento, en algunas ocasiones. A partir de ahí, es muy complicado levantar de nuevo la cotización de la sandía porque empiezan a producir otras zonas productoras y el aumento de volumen en el mercado hace imposible un precio mayor.

El exportador se ve atado de pies y manos cuando la gran distribución empieza a proponer promociones. Hace años estas prácticas solo se hacían cuando había exceso de un producto en concreto y era necesario provocar un consumo mayor persuadiendo al público con un precio seductor. Ahora se usa esta táctica comercial para atraer público al establecimiento con el objetivo de venderle más productos y aumentar la facturación.

¿Por qué el exportador no puede defenderse de estas prácticas? Es muy sencillo. El supermercado es un cliente anual que compra no solo sandías, también adquiere otros productos agrícolas en diferentes meses del año. En caso de rechazar la oferta de promoción que propone el supermercado, el exportador se arriesga a quedar fuera de la lista de proveedores que tiene la gran superficie comercial. Este es el motivo por el que muchos centros de exportación no rechazan las dañinas promociones que surgen en mitad de una temporada de recolección de sandía o melón que está yendo más o menos bien en cuanto a precio.

¿Por qué no se puede mantener la cotización? Si un supermercado vende a 40 céntimos el kilo, es muy complicado que el establecimiento de enfrente pueda comercializar el mismo producto por encima de ese valor. Así pues, cuando alguno de los clientes del campo almeriense anuncia una bajada de precio por encontrarse en semana de promoción arrastra en cadena a otros centros comerciales que tienen que hacer lo mismo si quieren ser competitivos con la sandía en plena temporada de consumo.

Los sindicatos agrarios ya han mostrado su disconformidad con estas prácticas, pero su reacción no ha ido más allá de una queja pública porque ni siquiera al propio Gobierno le interesa este asunto. Los consumidores están de parte del supermercado que rebaja los precios y el Gobierno también porque un abaratamiento de la cesta de la compra supone una bajada del IPC (índices de precios al consumo) que es, en definitiva, lo que busca cualquier Gobierno para frenar la tan temida inflación.

En el otro lado, como siempre, solo quedan los agricultores viendo como unas sandías de calidad extraordinaria se pagan a bajo precio para que la gran distribución atraiga al público a los establecimientos y haga negocio.

José Antonio Gutiérrez