Esta estructura provoca una gran estabilidad atmosférica que a su vez se traduce en dos efectos básicos: Por una parte, una ausencia casi total de nubosidad -y por tanto una fuerte insolación- y por otra, la práctica supresión de los movimientos verticales del aire y la ausencia de una ventilación de las capas atmosféricas cercanas al suelo. Con esta situación las temperaturas de estas capas van ascendiendo por acumulación de la radiación solar y por la falta o escasez de difusión del calor del suelo hacia capas más altas. En algunas zonas geográficas cercanas al mar o a la montaña pueden crearse algunas circulaciones de viento de pequeña escala que suavizan algo la situación. Sin embargo, en zonas mas llanas estos fenómenos son raros y las altas temperaturas persisten durante días y noches afectando en algunos casos muy seriamente incluso a las propias actividades vitales. La situación puede verse aun más agravada si en las capas bajas se establece una débil circulación de vientos del sur o sureste muy secos y cálidos de procedencia africana que en ocasiones arrastran también polvo del desierto en suspensión. En esas ocasiones la atmósfera se vuelve realmente opresiva y agobiante durante días ya que la situación suele evolucionar muy lentamente. La finalización de una ola de calor puede ser debida bien a un debilitamiento de la estabilidad atmosférica que hace ya posible la ventilación de las capas bajas permitiendo los movimientos verticales y la bajada de las temperaturas o bien por la irrupción de una vaguada atlántica acompañada por un frente frío que genera tormentas generalizadas y que inyecta aire atlántico fresco sobre las recalentadas tierras ibéricas.